Primer informe de un retiro en Alemania con Thomas Hübl
Por Matthew Green, Periodista
Hay un misterio que he experimentado en la última semana que me gustaría explorar.
Volviendo a casa en tren desde Oldenburg, en la Baja Sajonia alemana, siento una profunda calma. Mi paisaje interior se ha ampliado. El simple hecho de estar en mi cuerpo me produce un placer que nunca antes había sentido. Mi mente está clara y flexible, como si hubiera desarrollado nuevos músculos. Estoy deseando volver a casa. Y también estoy disfrutando de estar aquí, moviéndome por el tiempo y el espacio, con curiosidad por lo que encuentro.
Thomas Hübl, que dirigió el retiro de una semana al que acabo de asistir, como parte de su programa sobre sabiduría atemporal (Timeless Wisdom Training), se refiere a menudo a nuestra “arquitectura interior“. No creo que se refiera a nuestros esqueletos, al menos no literalmente. Se refiere a algo más sutil, real, pero no reconocido en los libros de anatomía de Occidente. La frase me dice mucho más porque siento que mi arquitectura interior ha sido reestructurada. Me recuerda a esos programas diurnos de transformación de casas en los que una familia de los suburbios se va una semana y, al volver, descubre que un equipo de albañiles y decoradores ha transformado su casa adosada, querida pero destartalada, en un hogar ideal y reluciente.
¿Qué ha pasado?
Ostensiblemente, unas 200 personas pasaban una semana en una sala, a veces escuchando, a veces hablando, en grupos grandes o más pequeños, a menudo de tres en tres. Había cojines rojos, sillas o esterillas para sentarse y abundantes mantas amarillo canario. La única tecnología era el equipo audiovisual y las pantallas de proyección que permitían participar en línea a otras 25 personas repartidas por todo el mundo.
Había algo más que una simple conversación. Y quiero tratar de articular lo que era.
Desarmar los tripwires
Como humanos, vivimos detrás de barricadas. En circunstancias cotidianas, estas defensas nos parecen tan naturales y normales que actúan al margen de nuestra conciencia. Tal vez puedas sentirlas cuando entras en una habitación llena de gente que no se conoce. Hay una incomodidad no declarada, una sutil sensación de malestar. Puede que no experimentemos ninguna hostilidad manifiesta o tensión real, pero nos sentimos protegidos en algún nivel, y en el fondo sabemos que no estamos seguros al cien por cien. Francamente, estas defensas son tan automáticas y están tan arraigadas que pueden ser palpables incluso entre grupos de viejos amigos.
¿Qué ocurre cuando se establece un mayor grado de confianza?
¿Cuándo subes el dial de la sensación de seguridad al once, por así decirlo?
Es entonces cuando empieza a desvelarse el misterio.
Perros ladradores
Cuando nos tranquilizamos y empezamos a relajarnos, quizás a través de los tipos de meditación y las sesiones guiadas de movimiento suave que se practican en el retiro, nos volvemos más abiertos y receptivos de forma natural. Cuando también confiamos en los facilitadores, empezamos a tener en cuenta sus indicaciones para la autoindagación y descubrimos las percepciones y emociones que surgen en nosotros como respuesta. Empezamos a entrar en contacto más directo con el dolor que llevamos dentro, pero que normalmente guardamos bajo llave porque nos parece demasiado o demasiado vergonzoso reconocerlo, incluso a nosotros mismos.
A menudo, no podíamos hablar de nuestras experiencias dolorosas de una manera que fuera recibida, honrada y sostenida porque no era seguro para nosotros hacerlo. Cerrarse en banda era una respuesta inteligente, como suele subrayar Thomas Hübl. Pero ese mecanismo inteligente y protector puede atascarse. Y eso significa que el residuo emocional del trauma original permanece congelado en nuestro sistema, nublando nuestras percepciones de las situaciones y las personas, y encerrándonos en patrones repetitivos de comportamiento por razones que no comprendemos del todo. A pesar de nuestras mejores intenciones, a menos que podamos descubrir y liberar estos patrones de nuestro cuerpo, puede ser muy difícil cambiar, y el pasado se convierte en nuestro futuro.
Lo peor es que puede que ni siquiera nos demos cuenta de que es un trauma lo que nos hace actuar así. Y tampoco se dan cuenta las personas que pueden verse perjudicadas por nuestro comportamiento. Citando de nuevo a Thomas, toda la disfunción que experimentamos y perpetuamos simplemente parece ser “como es la vida“. Eso es cierto para nosotros como individuos, y para la sociedad en su conjunto.
Pero hay otra opción.
Cuando se ha establecido un grado suficiente de seguridad, las voces secretas del pasado empiezan a clamar por nuestra atención. (Dallas Gudgell llama a estas partes no queridas de nosotros mismos “los perros ladradores”, como si por fin empezáramos a oír sus aullidos lejanos). Habrá ecos de los traumas de la “Gran T” -guerra, racismo, esclavitud, Holocausto- y de muchas otras monumentales transgresiones colectivas vivas en la sala. Pero los traumas de la “Pequeña T”, de no haber tenido lo que necesitábamos y merecíamos al crecer, pueden moldear profundamente nuestra experiencia de otra manera. Puede ser el legado del abuso, la negligencia o el abandono. O puede ser el dolor que tantos de nosotros arrastramos por no habernos sentido nunca plenamente vistos cuando éramos niños, una herida que apenas se reconoce en la cultura moderna, pero que puede teñir todos nuestros días.
Resonancia y liberación
A medida que permitimos que este material traumático entre en nuestra conciencia, las emociones atrapadas comienzan a surgir y a descargarse, a menudo a través de respiraciones profundas, suaves sacudidas y, muy probablemente, lágrimas. (Probablemente he llorado más en la última semana que en los últimos cinco años). El miedo, la rabia, la tristeza y, finalmente, la alegría y el humor que acompañan a la autoemancipación del pasado también son bienvenidos en este proceso.
Cuando estos procesos individuales son presenciados empáticamente por todo el grupo de más de 200 personas, surge un nuevo elemento. Conectamos con nuestra resonancia emocional natural entre nosotros. Como diapasones, respondemos a notas de una frecuencia similar a la nuestra.
Esta parte de la experiencia me resulta bastante difícil de transmitir, así que permítanme que vaya un poco más despacio.
Firma emocional
En el nivel más básico, todos podemos sentirnos conmovidos al ver una gran película. Puede que nuestras vidas sean muy distintas a las que se muestran en la pantalla, pero los temas tocan algo muy dentro de nosotros.
El trabajo de sanación colectiva tiene ecos de esto, pero es mucho más intenso. Estás en la habitación (o en línea) con una persona real que entra en contacto con sus heridas más profundas, justo delante de ti. Eso ya es poderoso. Pero no es tanto que sintamos simpatía por la otra persona, como: “Vaya, qué horror, qué terrible”. No, en muchos casos -y siempre será más cierto para algunos procesos individuales que para otros- sentiremos que nuestras propias emociones reprimidas surgen como respuesta.
Pongamos un ejemplo hipotético (para respetar la confidencialidad de los participantes).
Digamos que alguien está experimentando un afloramiento de profunda tristeza por una relación difícil con uno de sus padres, y que yo pasé por algo parecido en mi propia infancia. Me conmoverá ver cómo la otra persona vuelve a entrar en contacto con ese dolor de raíz y deja que se descargue suavemente. No es porque yo haya vivido exactamente la misma historia o las mismas circunstancias. Es porque la firma emocional que puedo sentir cobrar vida en la otra persona también vive en mí, y cobra vida en respuesta, porque también quiere completarse y disolverse.
Puede que sea un signo de mi habitual adhesión al paradigma científico dominante, que privilegia los datos recogidos mediante sofisticados equipos frente a la experiencia directa, pero no puedo evitar preguntarme qué pasaría si pudiéramos inventar algún tipo de dispositivo de escaneado que nos permitiera ver literalmente cómo se desarrolla este proceso en una pantalla. Me imagino un “Detector de Procesamiento Emocional” de infrarrojos que muestre las siluetas de las personas presentes en la sala, con puntos blancos de calor burbujeando en vientres, corazones y gargantas a medida que las emociones empiezan a surgir y a liberarse. Podríamos revelar la resonancia que recorre la sala. Esto podría convertirse en una nueva forma de arte única, una expresión caleidoscópica de curación colectiva que celebrar y compartir.
Afortunadamente, ya tenemos esos escáneres conectados a nuestros sistemas nerviosos, sólo que en su mayoría han caído en desuso. Si nos esforzamos por recuperar nuestra percepción sutil, podremos percibir el flujo de resonancia con mayor granularidad, precisión y profundidad.
Lo he visto y experimentado una y otra vez la semana pasada en el centro de retiros de Oberlethe en el norte de Alemania. Incluso mientras escribo estas palabras, me asombra lo que sentí al encontrarme con la verdad fundamental de nuestra conexión como seres humanos. Esa capacidad de tejer y resonar jun días para bajar el ritmo y sintonizar, queda claro que apoyarnos mutuamente para sanar no es sólo un potencial que llevamos dentro, es nuestro derecho colectivo de nacimiento.
Dos patitos
Todo esto puede sonar pesado, así que abordémoslo de una forma un poco más lúdica. (Y si alguien piensa que lo que voy a escribir es trivializar el trabajo traumático, me gustaría aclarar que uno de los objetivos de “Resonant World ” (“mundo resonante”, es el nombre del blog que escribo) es experimentar con el lenguaje y la metáfora, con la esperanza de encontrar un nuevo lenguaje para llegar a nuevos públicos. Voy a correr riesgos y voy a fracasar, puede que mucho. Gracias por aguantarme.
Todo el mundo en Gran Bretaña sabe que el bingo es un juego al que juegan las personas mayores en nuestros destartalados balnearios. Funciona así: Todo el mundo recoge un cartón de bingo, sellado con números asignados al azar en un patrón cuadriculado, al entrar en la sala de bingo. Una máquina de bingo escupe bolas numeradas, y una figura conocida como “llamador” pronuncia estos números aleatorios. (Algunos números tienen apodos, como “Dos patitos: 22.”) Si uno de los números impresos en su cartón de Bingo está en la columna de la derecha, se tacha el número. El juego continúa. Si tachas cinco números seguidos en tu cartón, te levantas y gritas “¡Bingo!”. Tengo poca experiencia con el bingo, pero supongo que la emoción de levantarse y gritar una palabra tan satisfactoria como “Bingo” es probablemente una recompensa mayor que los premios que se ofrecen.
Existe una combinación casi infinita de formas de imprimir los números en los cartones de Bingo, lo que significa que es muy poco probable que haya dos cartones idénticos. Pero los cartones tampoco son únicos: Siempre encontraremos a otras personas que tengan algunos de los mismos números impresos en las casillas equivalentes a las nuestras.
En el trabajo de trauma colectivo, todos llegamos a la sala con nuestro propio cartón de Bingo de huellas traumáticas, de nuestras propias vidas, de nuestros antepasados y de nuestras comunidades y culturas. Aunque en nuestro Bingo del Trauma no hay números, el principio de emparejamiento es igualmente preciso: Las emociones, y muy probablemente las lágrimas, que sientes en respuesta a determinados procesos de los que eres testigo te indican que lo que está ocurriendo en el otro también está ocurriendo en ti.
De este modo, el poder del trabajo curativo se amplifica exponencialmente. Un proceso que en otras circunstancias podría haber tenido lugar de forma individual con un terapeuta puede precipitar una curación equivalente para muchas otras personas, tanto si están físicamente presentes como si lo están viendo online. A medida que se van liberando más y más capas en los individuos, esto se traduce en una calidad de conexión muy diferente en el grupo en su conjunto.
Es más: Empieza a parecer como si hubiera una sutil orquestación que guía el proceso desde un lugar más allá de la conciencia de cualquiera de nosotros, incluidos los facilitadores. Creo que esto es lo que Thomas entiende por “inteligencia colectiva”. Y se sintió muy palpable en Oberlethe esta última semana.
Preguntas sobre la marcha
A pesar de que el retiro nos sumergió en un encuentro cara a cara con temas épicos y arquetípicos de la condición humana, lo que más me llamó la atención fue la simplicidad de todo el proceso. Resulta que todos los seres humanos necesitamos sanar gran parte de lo que nos agobia: los unos a los otros. Recordé una frase que he oído usar al anciano unangan de Alaska Ilarion Merculieff: “Somos los que hemos estado esperando“. Para mí, esta semana pasada arrojó esta expresión bajo una nueva luz. También significa que la sanación profunda puede producirse por tandas (a menos que alguien tenga un término mejor). Y eso es importante.
Sin duda, este trabajo requiere facilitadores muy experimentados y con una integridad intachable. Los grupos mal gestionados o explotadores pueden causar mucho daño. Pero el hecho de que la curación colectiva sea posible es, al menos en mi opinión, una expresión de pura gracia.
Esta constatación me lleva a preguntarme: ¿Por qué no hay más gente haciendo este tipo de trabajo de sanación colectiva en todas partes, de forma regular y continua? Y si lo hicieran, ¿cómo cambiaría esa práctica el tenor de la sociedad en su conjunto?
Después de ver lo que es posible, creo que son preguntas que merecen nuestro tiempo.
Matthew Green
Gracias Matthew por este informe.
Este artículo se publicó por primera vez en inglés en el blog de Matthew “Resonant World”
Traducción al español: Alex Escudero
Más información sobre la Formación en Sabiduría Eterna (Timesless Wisdom Training) aquí >>